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Mamá Antula, próxima beata argentina

Nacida en 1730, María Antonia de Paz y Figueroa ejercitó "en grado heroico" la caridad, la pobreza, la austeridad y "sobre todo esa calidez humana". Su testimonio perduró entre los pobladores de Santiago del Estero.

por Natalia Kidd

La noticia de que la Iglesia beatificará en breve a la argentina María Antonia de Paz y Figueroa ha suscitado el redescubrimiento de esta figura de “avanzada” y comprometida con las realidades de su época, dijo a la agencia de noticias EFE Cintia Suárez, autora de un nuevo libro que resume la vida de esta “mujer fuerte” del siglo XVIII.

“La actividad de esta mujer ha sido totalmente magnífica”, afirma Suárez en una entrevista con EFE, realizada al pie de la tumba de María Antonia, conocida popularmente como Mamá Antula, en la Basílica de la Piedad de Buenos Aires.

El pasado 9 de febrero, pocos días después de que Suárez presentara “La peregrina de los Esteros”, editado por la Legislatura de Buenos Aires, la Congregación para las Causas de los Santos aprobó por unanimidad la beatificación de Mamá Antula, que se realizará este año, aun en fecha a determinar, en su natal provincia argentina de Santiago del Estero.

Allí nació María Antonia en 1730, cuando aquel territorio dependía del Virreinato del Perú. Se desconoce quiénes fueron sus padres, aunque sus apellidos son de origen español.

A los 15 años hizo votos de pobreza y castidad, adoptó el nombre de María Antonia de San José y, junto a otras compañeras, se dedicó a asistir a los jesuitas en su labor pastoral y social, en particular en los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola.

María Antonia no era monja, sino que formaba parte de lo que se conocía como “beaterio”, “mujeres piadosas que se dedicaban a la vida de caridad, atendiendo a los más necesitados”, explica Suárez.

Sus seguidoras se conformaron como congregación religiosa, las Hijas del Divino Salvador, en 1878, casi ochenta años después de la muerte de la insigne beata.

La figura de Mamá Antula se hizo conocida gracias a su empeño por mantener vivo el carisma ignaciano luego de que en 1767 el rey Carlos III decretara la expulsión de los jesuitas de sus territorios, lo que movió a la venerable a tomar el testigo y organizar los ejercicios espirituales en varias provincias del norte argentino e incluso en Uruguay, en las ciudades de Colonia y Montevideo.

En 1779 llega caminando, descalza, a Buenos Aires, donde en un primer momento no es bien recibida ni por las autoridades religiosas ni las políticas, pero persevera y sus ejercicios son un éxito, primero en sitios alquilados y luego en la Santa Casa de Ejercicios Espirituales, que fundó en 1795 y hoy es monumento histórico de Argentina.

“Aproximadamente unas 150.000 almas pasaron por los ejercicios a lo largo de toda la vida de María Antonia, que muere a los 69 años. La Casa de Ejercicios era cita obligada para todas las personas de aquella época. De hecho pasaron por allí los miembros de la primera junta de Gobierno de Argentina”, destacó la investigadora.

Hombres y mujeres no se mezclaban, pero María Antonia “promovía que no hubiera diferencias sociales” y, así, por ejemplo, las señoras y sus criadas compartían los ejercicios por igual.

Toda su labor la registraba al detalle en cartas que enviaba a los jesuitas exiliados en Rusia. De allí, las misivas se pasaban de mano en mano, ganando fama por toda Europa, donde eran traducidas a siete idiomas y circulaban entre la nobleza y los conventos.

“En Europa era totalmente valorada. Las personas de la alta sociedad esperaban ansiosas estas cartas y se deleitaban con la forma en que esta mujer redactaba”, señala Suárez sobre la beata, considerada por estas misivas como la primera escritora rioplatense.

En el norte argentino la llaman Mamá Antula -Antonia en lengua quechua-, un modo de reconocer su maternidad espiritual, que desplegaba en el cuidado de niñas huérfanas, la intercesión por los cautivos y hasta el rescate de prostitutas.

“Iba a la zona del puerto y rescataba a las mujeres que habían sido vejadas por la prostitución y que habían sido totalmente abusadas, las rescataba, las cuidaba, las llevaba a la Santa Casa de Ejercicios y luego las reinsertaba a la sociedad para que hagan otro tipo de actividad. Esta mujer verdaderamente se comprometió con los flagelos sociales de su época. Y esa es su grandeza”, afirma Suárez.

Según la escritora, María Antonia ejercitó “en grado heroico” la caridad, la pobreza, la austeridad y “sobre todo esa calidez humana” y fue “una mujer avanzada para la época, que en un principio no fue comprendida, fue rechazada en muchos lugares, sobre todo por los hombres”, pero que supo hacer carne una de sus propias máximas: “la paciencia es buena pero mejor es la perseverancia”.

Figura en su época, su fama se fue diluyendo “por ser mujer y laica”, según Suárez, pero, sin embargo, su testimonio perduró entre los pobladores de Santiago del Estero, que la veneran, recuerdan algunos hechos extraordinarios de su vida, como la multiplicación de alimentos, y acuden a ella en busca de favores.

“Y hoy por hoy, con un papa jesuita, María Antonia está muy cerca de los altares y eso hace que haya mucha expectativa y que pueda consagrarse en cualquier momento como la primera santa mujer argentina”, señala Suárez.

EFE.

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